Hasta el 21 de septiembre en el espacio de fotografía Català-Roca, de Casa Golferichs.
El texto que acompaña la exposición me despertó la curiosidad y quería ver de primera mano estas fotografías tan intrigantes y etéreas.
Más allá de sus encargos profesionales, sus fotografías nos muestran imágenes íntimas y sensuales, propias de la fotografía de autor, pero también extrañas y a veces etéreas. Escenas que toman un sentido que trasciende su finalidad comercial.
Cuando hace uso de modelos, a menudo los retrata en posiciones y gestos intrigantes, con miradas absortas e introspectivas, sobre escenarios donde predominan los elementos cotidianos, pero que a la vez resultan ficticios. El resultado son imágenes que cautivan por su tratamiento de la luz y el color, impregnadas de una atmósfera onírica e irreal.
Una vez vistas, tal vez la descripción del proyecto no está tan ajustada a la realidad como debería; por algún motivo en muchas exposiciones suele fallar precisamente la adecuación entre lo que se vende y la realidad. Pero vayamos por partes. Haremos un paseo por mi experiencia.
El viernes quedé con mi pareja en el Caixaforum y visitamos sus exposiciones. Después bajamos hacia plaza España. Había un caos de tráfico espectacular. El día estaba gris y de hecho lloviznaba un poco, supongo que entre esto y que algunos hacían puente, media ciudad había decidido coger el coche. La otra mitad parecía que iba a pie y cruzábamos las calles bien apretaditos, como en rebaño. A mí me agobia tener gente tan cerca, pero qué le vamos a hacer.
El espacio Català-Roca está en un lateral de las Arenas, es pequeño pero está hiper-aprovechado. Hay una zona con sillas y mesas para hacer talleres y actividades grupales. Algo que llama la atención y distrae un poco son los crujidos del suelo, que son muy, muy audibles; de hecho parece el suelo de una casa a punto de derrumbarse. Las exposiciones se hacen básicamente en el espacio que queda libre en la pared exterior; la mitad es de cristal y el resto es como un pasillo interior bastante estrecho. Esto tiene el inconveniente de que no te puedes separar mucho de las imágenes, pero supongo que sólo aceptan trabajos en unos formatos adecuados. Al menos, las exposiciones que yo he visto en este espacio eran correctas en este sentido.
Las primeras fotografías de la exposición nos muestran lo siguiente: una serie en la que alguien presenta y luego quema una florecilla silvestre. Una idea bastante socorrida, pero da pie a pensar en esta poética extraña de la que habla el texto: una mezcla de delicadeza y crueldad al estilo de Alicia en el País de las Maravillas.
Pero el grueso de la exposición, que es lo que viene a continuación, no tiene nada que ver con ello o no demasiado; hay fotografías de temas diferentes. La mayoría son de moda, que es la profesión de Colomer, pero el resto son muy diversas: desde fotos que podría haber hecho la abuela desde la casa de la playa, a composiciones muy buscadas con cosas de todo tipo, sobre todo flores y objetos cotidianos. La presentación también es curiosa: algunas fotografías están enmarcadas pero muchas otras están simplemente pegadas con cinta de pintor (no pude resistir la tentación de reenganchar una que se había descolgado). La idea no me parece mal en realidad, porque, en mi opinión, es como si el fotógrafo nos invitara a echar un vistazo a su estudio, donde es evidente que no estará todo bien ordenado y enmarcado. De ahí este eclecticismo en la elección de las imágenes, que no pretende sino reproducir un estado de trabajo, como un work in progress.
Es cierto que hay fotógrafos de moda que quieren unas imágenes naturales, pero en general se buscan poses que resultan bastante artificiosas. Es por ello que no hay nada inquietante en esta pared, sino simplemente pose y ya está. Ahora bien, las fotografías en sí no están mal, pero sí que creo que no acaban de responder del todo a lo que se pretendía, al menos teniendo en cuenta el texto del que parte el visitante.