Cafeterías con arte que te lleva a preguntarte por el sentido de todo

Caffe San Marco en la calle Major de Sarrià, pinturas de Montse Cepero.

Muchos bares y cafeterías de la ciudad ofrecen porciones de arte gratuito, además de cafés y bocadillos; no siempre son excelentes, pero a veces nos pueden sorprender.

Con mi pareja, paseamos por diferentes barrios de la ciudad, o mejor dicho, vagamos sin rumbo hasta que se hace tarde y para casa. Este domingo fuimos a dar una vuelta por Sarrià. Con todo lo que ha pasado en Barcelona estos días, no he tenido demasiadas ganas de ir a ver exposiciones, pero de alguna manera me encontré en ello cuando hicimos una parada en el Caffe San Marco. Las obras no son demasiado interesantes, la verdad, pero hubo algo que me sorprendió y que, si habéis echado un vistazo general al artículo, quizás a vosotros también os ha chocado: las pinturas son muy diferentes entre sí y, por si tenéis dudas, sí, están firmadas por la misma persona.

Al principio pensé que se trataba de dos o tres pintores/as que habían decidido hacer una exposición conjunta y enseguida me paseé por la cafetería, molestando a todo el mundo, para acercarme un poco más a los cuadros y comprobar que, efectivamente, todos eran de una sola artista.

A mí, este es un tema que me llama mucho la atención desde siempre.

La experimentación y el cambio son factores indisolubles del hecho artístico, y las galerías y los museos y todas las muestras públicas de arte en general, se alimentan de esta investigación, pero al mismo tiempo les crea inquietud y la frenan. Me explico con un ejemplo. Pongamos que un artista, al que llamaremos Fulanit@, se da a conocer con unas instalaciones en las que se dedica a poner cientos de saleros uno al lado del otro, como metáfora de la incomunicación. Después decide llenar los saleros con sopa de letras y de los saleros se pasa a otros recipientes o hace una megaperformance participativa en la que todo el mundo se trae su salero de casa. El mercado y los museos permiten y alientan estos cambios con tranquilidad absoluta, porque Fulanit@ no se mueve de su cajita y las etiquetas «conceptual» o «performer» o lo que sea, se pueden reciclar de una obra a la siguiente y mantener un discurso similar. Pero de repente un día, Fulanit@ se presenta con algo completamente distinto; ahora quiere hablar del paso del tiempo retratando a sus tías. Cagada. Quizás los retratos de las tías son interesantísimos y si se hubiera hecho un hueco en el mundo del arte con estas piezas, estaría en la cima de la cadena alimentaria. Pero estaríamos en la misma situación cuando quisiera cambiar las tías por saleros.

No quiero decir con esto que los museos o los galeristas sean los malos de esta peli. En absoluto. Quieren y necesitan ser coherentes para que se les tome en serio. Es difícil, muy difícil, mantenerse en el cambio y sobrevivir económica y socialmente. Tampoco es que la novedad sea deseable porque sí, obviamente debe ser interesante y aportar algo más que el hecho de ser diferente. A ello se añade que, como es lógico, no todos los resultados son igual de exitosos y, aunque hay algunos artistas que han destacado en diversas etapas de su trabajo, es bastante raro que esto suceda.

La cosa se va complicando con cada matiz… Aún así, pienso que un artista tiene el deber de investigar toda su vida «laboral», porque ésta es, en pocas palabras, su labor social y cultural y seguramente también personal. Quizás es una visión muy idealista o poco ajustada a la realidad del trabajo de un artista consagrado. En cualquier caso, es fácilmente observable que la mayoría de artistas que tenemos en los museos, en los libros de arte, etc. tienen una trayectoria similar: hay una etapa de juventud, en la que Fulanit@ va probando a ver si lo que cree que quiere decir encaja mejor con la cerámica o la instalación, y una etapa de madurez, en la que empieza a encontrar con exactitud cuál es su objetivo y cómo expresarlo y veinte años más tarde se ha consagrado poniendo saleros uno al lado del otro y lo sigue haciendo con variaciones hasta que tiene noventa.

Es cierto que esto es una generalización llevada un poco al límite y en la que cabrían excepciones, pero como historiadora y como visitante regular de muestras diversas, me pregunto si, mediante presiones económicas y psicológicas, se coarta la libertad de artistas y agentes diversos del mundo del arte. Y si es así, pienso en si tiene solución. Porque al final, el Arte no es ningún ente independiente, sino que es un conjunto de personas en una red de relaciones muy compleja. Y está claro que, por mucho que digan que el fracaso es formativo y toda la pesca, a nadie le gusta que lo menosprecien o lo arrinconen. Todo el mundo quiere tener éxito y ser valorado y poder vivir de lo que le apasiona. Supongo que esto es humano, no tiene más.

Recuerdo que hace unos años vi una retrospectiva de Palazuelo en el MACBA. No digo que no tuviera su interés -pse…-, pero eran salas y salas y salas y salas y salas y más salas de pinturas casi clónicas. Y digo Palazuelo porque me ha venido ahora a la cabeza, pero hay muchos otros. Salí de allí pensando: ¿no se aburre este pobre hombre? Quizás no. Quién sabe. El mundo del arte es complicado y quizás soy yo quien tiene el problema. Quizás estoy poseída por una necesidad constante de novedades, bajo la influencia de internet y de las redes sociales. O quizás es el artista, que en un momento dado queda seducido de forma irremediable por los saleros o simplemente disfruta de los aplausos. O quizás son los museos que no tienen medios, capacidad ni interés para mostrarnos las desviaciones de los saleros llenos de sal, también llamados, retratos de las tías.

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