The quiet sense of nature

Casa Elizalde. Del 6 de febrero de 2018 al 2 de marzo de 2018

 

El artista propone: detenerse, respirar, reflexionar.

No elijo las exposiciones sólo porque piense que me pueden gustar, pero evidentemente, si veo alguna voy en cuanto puedo; de modo que cuando vi la de Andrei Farcasanu en la web de la Casa Elizalde la puse en la lista de pendientes; no lo puedo remediar, tengo debilidad por esta estética del Japón tradicional, de la que beben bastante estas fotografías.

Sus obras, etéreas, ligeras, con una infinidad de tonos grises y sombras profundas nos conducen al sentimiento interior que en la cultura oriental se define como «vacuidad». Es en este espacio interior donde abandonamos los prejuicios, las interpretaciones racionales que damos a nuestras percepciones.

El concepto de ma, muy socorrido en la estética japonesa, contempla sobretodo la arquitectura desde el espacio que queda entre los objetos más que de los objetos en sí; cosa que se corresponde en gran medida con esta vacuidad de la que habla el artista. Supone un ejercicio intelectual y creativo muy interesante para cualquiera que quiera aproximarse al arte desde una perspectiva diferente a la occidental, planteándose no la relación entre objetos sino entre los vacíos que quedan alrededor. El tratamiento del entorno desde este punto de vista implica un cambio de chip radical en cuanto a las ideas estéticas que tenemos integradas y aplicamos de manera casi inconsciente.

Hace unos años vi una muestra en la sede de Gas Natural, de Takeshi Shikama, un fotógrafo japonés que ha captado la esencia de los bosques de Yamanashi desde una sensibilidad muy cercana a la que nos ofrece Farcasanu. La idea se traduce en un contacto pausado con el entorno, vivido desde una conexión íntima, lejos de toda prisa internauticodigital de yuppies reciclados (una –itis que casi todos padecemos hoy en día, al menos en ocasiones). Shikama presenta sus fotografías en papel tradicional hecho a mano y aunque las de Farcasanu no lo están, los tonos generalmente sepia de las impresiones y el trabajo con la escala de grises causan un efecto parecido. También el uso del pequeño formato beneficia búsqueda de intimidad. Hay fotografías que son mágicas, como pinceladas mínimas de una realidad paralela. Parece imposible que el punto de partida sea el mismo que veo con mis ojos cuando salgo de casa o voy de excursión.

Sin embargo, hay dos cosas que desvían la atención de los visitantes, que impiden transitar entre las obras de una manera fluida y natural. La primera y más evidente es el espacio, que no favorece en absoluto ninguna obra en general, pero en especial unas fotografías de pequeño formato y cromáticamente discretas. Entiendo que no se pueden mantener unos espacios de exposición que sólo se utilicen para ello, aunque la Casa Elizalde tiene dos extraordinarios en la planta principal, pero ¿no se pueden guardar los muebles mientras no se haga ninguna actividad?

El otro gran inconveniente es la presentación. Es una lástima que unas fotografías que tienen gracia estén pegadas sobre las cartulinas con cantoneras de plástico transparente que, además, en algunos casos se han desprendido, dejando las fotos combadas bailando medio sueltas dentro de los marcos. Mi abuelo usaba cantoneras de plástico de estas… Hay maneras mejores de presentarlas que tampoco suponen un sobre coste económico y que favorecen la percepción que se obtiene del conjunto.

En cualquier caso, una exposición que vale la pena.

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