Oda al souvenir

Cuando estuve en Londres este septiembre pasado, me compré un imán para la nevera con una obra de Rothko impresa en él. El otro día, la miré y pensé…Rothko se revolvería en su tumba si viera el merchandising que han hecho con su obra. Y yo, como megafan de su trabajo, desde sus pinturas del metro de NY a la capilla de Houston, he caído en la peor de las aberraciones… Han fabricado millones de souvenirs con sus pinturas y sí, he comprado uno.

Es evidente que no me refiero a los cincuenta llaveros idénticos que compras para tus amigos y conocidos (y que con toda probabilidad acabarán enterrados en el fondo de algún cajón), sino a todo lo que nos llevamos para nosotros mismos. Porque un souvenir no es sólo la postal o el catálogo de turno, sino todas las fotos que tomas durante un viaje, los vídeos que grabas, las entradas que guardas, los folletos que coleccionas, los periódicos locales que te llevas en la maleta. Todos los objetos que no tenías antes de salir por la puerta y que hasta cierto punto atesoras el resto de tu vida (con mesura y decoro, por supuesto, que tampoco somos Diógenes).

Aquí tenemos al culpable. «Red on Maroon«, 1959.

Comprar recuerdos da un poco de corte, es como ser demasiado mainstream. A todo el mundo le gusta viajar, pero ser un guiri es otra cosa. ¿Vas a tener la misma taza de la Tate Modern que cincuenta millones más de personas? Qué vergüenza… Ser un guiri es uno de los peores crímenes culturales que existen. Ser guiri significa que eres cero molón, porque vas a los mismos sitios que todos, porque te haces las mismas fotos que todos, porque buscas las mismas localizaciones donde rodaron Harry Potter o Juego de Tronos o el fenómeno fan que toque, que otros tantos millones de fans.

Pero ¿vas a ir a Egipto y no vas a ver las pirámides? ¿Y vas a estar frente a las pirámides y no vas a hacerte ninguna foto? ¿Estamos locos? Viajar también es ser testigo de algo y dejar testimonio de tu presencia allí, por lo menos desde que se inventaron las cámaras fotográficas. No tiene por qué ser un lugar emblemático a nivel global como las pirámides o el Empire State, puede tener un significado sólo para ti, como la foto con la tía Enriqueta en su noventa cumpleaños. La obsesión del ser humano por coleccionar y ordenar la memoria visual es un hecho, internet es un testigo más que evidente de esta locura. Pero la necesidad de dejar constancia es antigua y, con unos medios más o menos limitados, se ha hecho siempre.

Cuando bebo con la taza de Jack Skellington que me compré en la tienda Disney de Nueva York, aunque ya esté medio rota y la use cada día para hacerme el té de la mañana, me retrotrae al viaje que hice allí hace unos ¿trece años ya? Desde el momento en que compras ese objeto y lo separas de sus mil gemelos idénticos, deja de ser uno más y pasa a tener un nuevo significado, ya no es ese producto fabricado en serie; es tuyo y va de paquete con toda la experiencia.

Así que volviendo a Rothko… Lo tengo que decir, me encanta mi imán y no tiene nada deshonroso porque en ningún caso significa que haya dejado de entender y admirar toda su obra. Además, en la nevera tiene vecinos bastante interesantes: está flanqueado por un Kandinsky y un Cranach el Viejo.

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